“Acercó sus labios esperando,
El observó, tomó su mano y
Sólo la pudo abrazar.”
La niña se mira al espejo. Revisa su vestido. Modela el perfil de su rostro. Es como si dentro de ese espejo se encontrara la belleza que busca. Acomoda su cabello lacio color negro. Observa el contorno de la figura reflejada. El cuerpo de 16 años simula mayor edad. Se sonroja. Imagina los ojos enamorados de algún joven contemplando con delicadeza inocente… Sale de la habitación. Toma el abrigo del perchero. Coloca las manos frías en los bolsillos y sale del hogar.
Camina a su lugar favorito: el parque repleto de nieve. Sonríe. El viento de invierno le hace temblar. Al llegar, se sienta como lo hace todos los días. Espera al amor. Mientras tanto, se relaja. Escucha las risas de parejas al borde de la locura. Alimenta la idea de vivir algo similar y sabe, dentro de sí, que lo suyo será mejor.
El amor no se hace presente. Continúa con la esperanza de que no tardará. La oscuridad se anuncia. Se concentra en los sonidos. Cae en un profundo sueño…
Al despertar, se percata de tener una mano suave acariciando su cabello y la ternura del amor que tanto esperaba. Inmediatamente se incorporó. Los ojos tardaron en abrir, pero se ampliaron a la luz de la imagen. Observaron el rostro de un caballero tan joven como ella, cuyas lágrimas le asombraron. Sin embargo, le sonreía. Ella sintió el corazón palpitar fuertemente. El joven le ayudó a levantarse. Tomó sus manos frías invitándole a bailar. Antes de dar respuesta, los pies de ambos jugaban con el suelo en un ritmo tranquilo. La música era el silencio de la alegría, de la novedad. Los cuerpos se acercaron lentamente. El baile siguió en un largo abrazo. Dibujaron un círculo en la nieve. No se separaron. Era el verdadero ejemplo de amor a primera vista. Todo indicaba un feliz final.
Separaron ligeramente la distancia entre sus labios para poder juntarlos. De ella, sería el primer beso. La sensación era desconocida. ¿Existe sentimiento más puro y más hermoso que el primer beso de amor?
El tiempo se detuvo. Los labios jugaban y saboreaban el uno del otro. La dulce delicia se deseaba interminable… el tiempo tuvo que volver. Los labios se perdieron en una ráfaga. La niña quedó sola. Las demás parejas habían desaparecido. Sólo se escuchaba el sonido de sirenas. Inmensa oscuridad. El llanto de personas comenzó a romper la quietud. Colores de alarma y el frio de la última noche de espera anunciaron la ocasión.
Frente a la multitud de gente curiosa yacía el cuerpo de la niña, con su abrigo abierto y las manos heladas. La luna se asomó entre las nubes de nieve. El reloj marcaba más de medianoche. Un joven desconocido besaba el cuerpo de la niña ya muerta. Anhelaba revivirla. Le entregaba el aire que recolectaba en una honda respiración. Fue en vano. Las lágrimas del joven mojaron las mejillas del intento final. El pecho del cadáver estaba frio como toda la frágil figura que alguna mañana se vio reflejada en el espejo.
Quizás, en la vida a través del espejo, el primer beso fue de verdad…
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